Día 4. El agua hace el paisaje

-Pedaleo de Maluenda a Lechón pasando por Villafeliche y Murero-

“Helou,
¿Qué tal has dormido? Espero que mejor que yo 🙂

Hemos pasado la noche en el polideportivo de Maluenda y no te lo vas a creer pero como a las 4 de la mañana unos chavales del pueblo han entrado y nos han robado la sandía… Al final todo ha quedado en una anécdota pero nos han partido la noche que ya de por sí en el suelo pintaba un poco dura, literalmente.

Bien prontito hemos empezado a pedalear de Maluenda a Murero pasando por Villafeliche, pueblo de tradición alfarera, en el que me gustó mucho pasar por una casita decorada con pájaros de barro. Esta primera parte de la ruta de hoy transitaba por el Valle del Jiloca y el paisaje estaba repleto de frutales: perales, manzanos, higueras y pequeñas huertas. Sentí cierta tristeza al ver cómo todos los campos de perales estaban afectados por el fuego bacteriano, este mal del que te hablaba y del que es difícil (sino imposible) librarse, consecuencia de la globalización, al provenir de plantones estadounidenses infectados como nos contó ayer Jose Luis mientras pasábamos por sus fincas.

Entre acequias que permiten el riego de los campos, legado árabe que también está presente en Murcia, Andalucía, Extremadura, Cataluña y otros lugares de la península, se transforma el paisaje, permitiendo cultivos de regadío entre el secano propio de estas tierras. Me acuerdo de ti, creo que esto te gustaría. Los pueblos están también llenos de golondrinas, vencejos y aviones que llegan migrando en verano, ¿sabrías diferenciarlos?

Todo está bañado de olores, como el de la higuera y la lavanda o el tomillo y coloreado de sonidos como el del agua corriendo, cantos de aves, y las ramas de los árboles al moverse con el viento, que apreciamos mientras pedaleamos en bici.

Al llegar a Murero, hemos pasado el día en sus piscinas, haciendo la colada, jugando y comiendo juntas, nos acogieron muy bien, si pasas por allí te animo a que te acerques a pasar el día en la piscina. Bien fresquitas hemos cogido las bicis de nuevo, para ir pedaleando cuesta arriba entre un paisaje dividido por tierras arcillosas que creaban diversas formas y tierras calizas blancas, tierras de yesos. El ascenso nos ha regalado un precioso atardecer rojizo, y un último tramo entre llanuras de cereales, que olían a panadería, a trigo recién cosechao.

Hoy no tenemos albergue ni polideportivo, tenemos fuentes y una pista de frontón semitechao para pasar la noche. Ya te contaré qué tal.

Conforme pasan los días nos damos cuenta de que ha crecido un sentimiento fuerte entre nosotras de gratitud, cambiando nuestra mirada sobre las necesidades, demostrándonos que podemos vivir con menos y que el amor está en las cosas sencillas: la compañía, la tierra que nos alimenta, la naturaleza y la capacidad de adaptación a lo imprevisto. Empezamos a nombrar que esto no queremos que acabe, pero sabemos que algo nuevo está empezando a brotar en nosotras. La tierra que llevamos dentro se está removiendo.

Que descanses bien.

Te sigo contando.”



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