Día 5. Nidos en la tierra y sillas al fresco

-Pedaleo de Lechón a Ferreruela de Huerva-

“Buenos días, ¿cómo has dormido hoy?

Aquí hemos pasado la noche en Lechón, en un frontón casi a cielo abierto, descubriendo constelaciones y contando estrellas fugaces ¿tú cuándo fue la última vez que admiraste las estrellas?

Al despertar nos hemos encontrado con Antonio que ejerce allí su actividad agrícola y ganadera con la plantación de trufas y la empresa Hidromiel Rasmia (@hidromiel_rasmia), producto que elabora con la miel que recoge de sus abejas. Veterinario de profesión, Antonio ha apostado también por las trufas, cultivo que se da a más de 800m de altitud y que requiere de humedad, por lo que la mayoría de estas crecen orientadas al norte. Hemos pedaleado a su plantación bajo las carrascas, alrededor de las cuales generan un “quemado” en la tierra. Seguramente no lo sabías (yo tampoco), así que te explico: el “quemado” es una superficie alrededor del árbol en la que no crecen plantas ya que el hongo libera fitotóxicos que eliminan la competencia de la carrasca, facilitándole la alimentación al árbol, del que ella a su vez se alimenta. Así ambas especies crean un ecosistema que propicia la formación de micorrizas, necesarias tanto para la supervivencia de la carrasca como para la del hongo. Se genera una simbiosis que permite que el hongo se alimente de los azúcares de la encina mediante sus raíces y que ésta obtenga mayor cantidad de nutrientes y pueda desarrollarse. Resulta que sin esta simbiosis con algún hongo, muchos árboles no pueden desarrollarse.

Conforme las trufas se van reproduciendo y alimentando de los nutrientes que hay en el suelo, la producción de las mismas se va alejando del tronco de la carrasca, ya que los nutrientes se agotan, expandiéndose alrededor del árbol junto a las nuevas raíces del mismo, donde encuentran mayor cantidad de nutrientes y expandiendo ese “quemado”.

Esto mismo ocurre con los pinares y los níscalos, aquí llamados “rebollones”, que no crecen una vez se ha agotado la materia orgánica alrededor del pinar, que suele ocurrir a los 30 años. He flipado con que entre el 70-80% de la trufa mundial se cultiva en España y que el 90% se da en Teruel.

Hablando sobre la reproducción de las trufas, Antonio nos ha dicho que no es el jabalí el principal dispersor de sus esporas, sino el escarabajo Leyodes, que ha coevolucionado con este hongo durante miles de años, siendo el vector fundamental que esparce y favorece la reproducción de la trufa. Antonio nos ha hablado con cariño de este escarabajo asumiendo que forma parte de la naturaleza, apreciando su función en este tipo de cultivo, reconociendo que su existencia no es un problema, sino su exceso de población, frente a la que él ha elegido unas trampas que se colocan el suelo como medio de regulación. Al enseñarnos estas trampas, encontramos también un nido de collalba, un ave que anida bajo tierra…ha sido una bonita sorpresa.

Antonio además no labra la tierra, ya que esta práctica aumenta la degradación del suelo, a pesar de que haya una arraigada tradición agrícola que asocia la eliminación de otras plantas que aparecen en el cultivo con una mayor limpieza y cuidado. Tras el ratito al sol en las truferas, visitamos su producción de hidromiel. Se trata del único productor que visitamos en esta ruta que ha apostado por transformar directamente el producto que obtiene de su ganadería, las abejas, y hacerlo sin intermediarios. Establecido en su pueblo, la elaboración de hidromiel da valor añadido, un punto importante para la viabilidad de estos negocios. Tras esta visita, hemos llegado pedaleando bajo el sol abrasador hasta Ferreruela de Huerva, donde a falta de duchas, nos hemos enjabonado metidas en unas fuentes al lado del río. Parecíamos ninfas rurales bendecidas por el agua fresca.

La tarde de hoy ha sido especialmente bonita. Ha venido a vernos Cecilia y nos ha hablado del proyecto Re-habitando, dentro de su iniciativa Reviviendo (@reviviendo_proyecto). Cecilia se dio cuenta de que quería vivir cerca del pueblo de su familia y en el proceso de buscar casa en otros pueblos cercanos, vio lo difícil que era encontrar una que alquilar o comprar. Esto no es porque no hubiese casas sin habitar, sino porque difícilmente son alquiladas o vendidas debido al profundo arraigo sentimental y emocional a las mismas y a su historia. Aquí es común que las propias casas tengan nombre, nombrando a la familia que las habitaba y hablando de su historia. Las casas han de ser apreciadas y valoradas, ya que muestran otras formas de vida asociadas al lugar y a los pueblos, a sus vidas y a su día a día. Las despensas, los graneros, los lugares donde guardar a los animales…Mantener estas casas habitadas y en pie es una forma de mantener ese patrimonio e historia.

Cecilia nos contaba que para abordar la problemática de las casas que se mantienen cerradas en los pueblos, desarrollaron talleres y juegos, en los que principalmente participaron mujeres, con la intención de acercarse a comprender estos miedos y factores personales que llevan a mantener las casas cerradas. Así, encontraron herramientas emocionales y jurídicas que compartir con la gente del pueblo para modificar esta situación, empoderando a estas personas sobre las posibilidades de tomar decisiones sobre sus casas, pudiendo sentirse seguras y tranquilas al saber que su casa está siendo respetada y cuidada y a su vez, están siendo habitadas, evitando su deterioro e incluso derrumbe, ya que como dice el refrán “más vale la gotera que la casa entera”, y porque no queremos “ni gente sin casa ni casas sin gente” siendo la casa más eficiente la que ya está construida.

Antes de cenar nos hemos reunido con las vecinas del pueblo, en un círculo con sillas en la calle al fresco. Edurne le ha preguntado a una vecina si le molestaba que hiciésemos la reunión de esa manera, a lo que ésta le respondió: “Hombre, como lo vais a hacer si no, como se ha hecho siempre”. Al dialogar con las personas del pueblo hemos escuchado una profunda preocupación en ellas respecto a la falta de lo que consideran trabajo en el medio rural, así como por la dificultad de acceder a la vivienda, y lo duros que son los inviernos, en los que experimentan mucha soledad y abandono.

Por la tarde ha pasado la furgo de la frutera (ya que aquí no hay tiendas), y nos hemos puesto morás de fruta. ¿Cómo serían las calles si en cada kiosko hubiese fruta y la comiéramos como chuches?

Te dejo, ¡te cuento más estos días!

Un abracito”



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