-Pedaleo de Blancas a Gallocanta-
“Con cariño,
La pedalada hoy ha sido disfrutona y el ritual antipinchazos de Ana, una de las coordinadoras del proyecto y que junto a Edurne conforman las dos ruedas de Biela y Tierra, ha dado sus frutos…¡Ningún imprevisto en lo que va de día!
He pensado en ti cuando la luz del amanecer ha empezado a bañar los trigales moteados de encinas, dejándonos ver el paisaje brillando a contraluz. Me he emocionado… El aire estaba fresco y los rayos de sol aparecían suavemente entre los borreguitos que formaban las nubes. Hemos podido disfrutar de vislumbrar unos buitres muy muy cerquita, aves ruidosas, ya que al alimentarse de carroña su ruido no espanta a sus presas.
De repente el paisaje ha empezado a resultarme familiar, muy parecido a los campos que tantos veranos me han conducido al pueblo de
mi abuelo.
Al final cada territorio es muy distinto, incluso hay diferencias entre un pueblo y el de al lado, pero a la vez todo es tan familiar, tan hermano del resto… Vivimos en un país plagado de rincones maravillosos donde redescubrir la lentitud.
A la salida de Blancas me he dado cuenta de que el nombre del pueblo estaba al revés, boca abajo. Pensaba que había sido un error, pero al pedalear por Bello y otros pueblos de camino a Gallocanta la situación era la misma. Resulta que es una forma de reivindicar la situación agrícola y ganadera que afrontan estos pueblos, en los que “todo está del revés” y denuncian el abandono.
¡Viva la creatividad rural!
Los ritmos de los márgenes suenan distinto y hoy al llegar a Gallocanta lo hemos comprobado. Se oyen pájaros, el suave movimiento de las hojas de los árboles y quizás el ruido de alguna cosechadora de fondo o el traqueteo de un tractor que va buscando su pista de acceso hacia los campos dorados de cereales. Largas carreteras solitarias sin línea en el centro sortean llanuras con girasoles adolescentes y largos muros en ruinas de los que ya casi nadie se acuerda de la concentración parcelaria.
¡Qué buen día! Siento el viento de la bajada en la cara y algo me hace sonreír. Es como si las mariposas que se nos cruzan en el camino nos rociaran con endorfinas. Estoy feliz y me siento polinizadora también en este viaje peculiar y picaflor por el medio rural. El último tramo hasta Gallocanta ha sido rodeando la laguna salada que también lleva este nombre, una llanura de agua enorme y preciosa que ha vuelto a transformar el paisaje que veníamos disfrutando los días anteriores y que ha aparecido como un espejismo plateado ante nuestros ojos,
Allí nos ha recibido Javier en su albergue, Allucant (@deallucant) un espacio en el que ha trabajado durante 30 años y que con su dinamismo e ilusión ha llenado de arte, de educación ambiental y de otras formas de hacer turismo sin arrasar con los pueblos. Este pueblo está lleno de pintadas de aves presentes en el territorio, te encantaría. Además en el albergue trabajan personas de varios continentes y el ambiente es abierto y acogedor. Si venimos por la zona tendremos que pasar a dormir aquí y disfrutar de la comida fusión de su cocinero de la India, el chef Vipul .
Algo de lluvia ha venido a visitarnos a media tarde cuando el porche del albergue nos brindaba un espacio de trabajo y convivencia. Antes de la cena y después de evaluar lo que va de ruta hemos corrido en bici al observatorio de aves de la pasarela de Gallocanta. Hemos caminado y corrido por la pasarela, jugando entre el olor a tierra húmeda y el rojizo atardecer, de nuevo felices y contentas, nuestras adolescentes interiores se sienten plenas.
Me siento cansada pero conectada con una magia especial que rodea a estos pueblos, aunque sin romantizarlos. Hay que elegir bien las luchas y algo me dice que estoy donde tengo que estar. Siempre me he sentido un poco a contracorriente y en este espacio siento que el problema era otro, que hay formas de vida que ya, aquí y ahora, están creando el mundo en el que quiero vivir.
Espero que estés disfrutando de la lectura de estas cartas tanto como yo de escribirte.”


